martes, 24 de noviembre de 2009

De imsomnios y artistas. Gracias


Ya sabéis, los cuatro gatos que leéis este blog, que no me gusta demasiado hablar de mí mismo. Ya lo dije una vez, creo que de lo que pasa en mi día a día hay pocas cosas resaltables como para montar un blog. Además, qué se le va a hacer, soy de los que le gusta ir a la playa con bañador hasta la rodilla y no un “modernoso” que va con una tira de tela color leopardo o ni siquiera ese escaso bagaje. Sin embargo, hay lecciones recibidas que, por muy íntimas que sean, merecen ser desgañitadas a los cuatro vientos.

Hoy a eso de las 6 de la mañana volvía a casa y, por enésima vez durante las últimas semanas, no era volviendo de Marengo ni similares. Volvía de trabajar, de pulir textos, de darle vueltas a dobles páginas que parecían terminadas a las 11 de la noche, de lijar destacados y apuntalar ladillos. Un trabajo de artesanos que me ha robado el sueño literalmente durante las últimas semanas. Durante estas sesiones de trabajo abnegado he recordado una cosa que me dijo una vez un profesor. “El trabajo intelectual es, en el fondo, como una cadena de montaje. Si falla un puesto todo se viene abajo”.

El periodismo, a medio camino entre la artesanía y la reflexión, encarna, quizá más que cualquier otra disciplina, ese carácter industrial del hacer humano que se basa en que nadie puede hacer las cosas por sí mismo. Para hacer cualquier cosa necesitamos a los demás. Yo no puedo más que dar aquí las gracias por los mimbres con que he contado en este tiempo, con los trabajadores que no han sucumbido al desaliento, con los artesanos de las guardias de 12 y trece horas, con los orgullos que sacan fuerzas de flaqueza… Aquí están mis cuatro gladiadores. Sí, porque fuimos cinco y rendimos como 30.

El hombre de los nervios de hielo: El hombre imperturbable. Cuenta la leyenda que sus pulsaciones no superan jamás las propias de una caminata relajada por el paseo del Arga. El auténtico “hombre despieces”, documentalista de postín y capaz de captar casi cualquier giro lingüístico propio de la deformación geográfica. Gracias.

Maese Camuñas: Un grande en el trabajo. De esas personas a las que se le puede pedir hasta lo más inverosímil y por toda respuesta sólo tiene un “Dame cinco minutos”. Pura energía y orgullo para darse cabezazos contra el Everest si ello es necesario. Un mago con el ordenador: rápido como Messi y habilidoso como la mejor versión de Ronaldinho. Un Maquiavelo en miniatura para el que ningún movimiento es casual. Un placer trabajar con personas así. Gracias.

El trituratextos: La prueba fiel de que este deporte no lo juegan sólo los tipos con más relumbrón sino aquellos a los que les gusta, les gusta mucho, les gusta de verdad. Un Livingstone de los textos que convertía en pradera verde y transitable textos selváticos y demasiado frondosos. Un insatisfecho por naturaleza al que he visto con un ojo cerrado rojo de irritación pidiendo una lectura más a las cinco de la madrugada. Risa sonora durante el día y sollozos de “pulgoso” a partir de las doce. Gracias.

El látigo burlatarra: Dicen que todo gran hombre tiene detrás una gran mujer. No me imagino que tipo de superhombre es sostenido por esta supermujer. Entró casi por la puerta de atrás llamando suave para no hacer ruido y su aportación ha sido fundamental. Organizada y laboriosa hasta decir basta. La curiosidad supina que caracteriza su personalidad se torna en capacidad para inventar páginas y disposiciones gráficas. Con un “pero” bien ponderado en el labio que disparaba a diestro y siniestro para lograr siempre algo mejor. Una buena compañera de los pies a la cabeza y una risa animante cuando todo parece venirse abajo. Gracias.

Compañerismo, esfuerzo, voluntad de perfección, orgullo rabioso, sacrificio y sobre todo, todo, todo un humor a prueba de bomba nuclear. A los que se preguntan si pasan o dejan de pasar cosas les diré que se pueden dar una vuelta por el mundo de verdad que para algunos ha sido oscuro y con un amanecer al fondo, se llevarán una gratísima sorpresa. Muchas gracias.

PD: No puedo evitar escribir esto sin acordarme de los Guajardos, Guilles, Titinas, Lucías y todos los demás que me enseñaron a disfrutar trabajando en grupo.

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