Francisco Javier Conde decía que la idea de bien común de una sociedad se impone por la concurrencia de varias ideas de perfección entre las que surge una que bate a las demás no necesariamente por su densidad racional sino por su mayor capacidad de fuerza. En una sociedad democrática es obvio que se impone el potencial numérico sobre cualquier otro criterio y, por tanto, las posiciones de fuerza y de legitimidad están en manos de aquel grupo cuya capacidad movilizadota, excitadora, es mayor. Es la fuerza coactiva del apoyo social que se ostenta el que permite una mayor capacidad de acción política. Esta regla que afecta a los partidos políticos esencialmente también funciona en cualquier organización social. A mayor apoyo, mayor legitimidad; a mayor potencia movilizadora, mayor capacidad de maniobra. La lógica se impone basado en un sistema, supuestamente, cuantitativista más que cualitativista.
La lógica de este aserto es de perogrullo pero nos sirve para aventurarnos a proclamar la muerte del sindicato español y su incapacidad para la movilización. La huelga de funcionarios sólo fue secundada por el 12% de los trabajadores públicos, lo que supone un número bastante lamentable. Es quizá por esto por lo que los mensajes de los sindicalistas, que se la veían venir, no eran excesivamente retadores. Lo justo para guardar las formas. Sin embargo, ¿en qué posición quedan los sindicatos para negociar la reforma laboral? En un país tan acostumbrado a que toda expresión pública sea orgánica y poco dados a la búsqueda de instituciones o vías de manifestación alternativas, esto deja al gobierno las manos bastante libres para negociar.
Hoy los periódicos abrían con la noticia de la negociación sobre la citada reforma y esto sólo parece ser un paso más hacia dos posibles escenarios: el decretazo gubernamental con la pérdida de apoyos en la izquierda o la negociación a la baja de los sindicatos con la única intención de guardar los mubles y las apariencias. Sin embargo, parece ya obvio que la capacidad de presión de los sindicatos está en su cota más baja en la historia de la democracia. Y todavía tienen que ponerle dos velas a San José obrero porque el gobierno con el que se las tienen que ver no sólo es cercano ideológicamente sino que además se encuentra en un momento de zozobra.
El mundo sindical debería hacer examen de conciencia. No sólo se ha politizado y se ha vendido lamentablemente según la situación lo requería sino que ha perdido su predicamento entre la clase obrera. Quizá con la aprobación de la reforma laboral que, sin duda, promete ser muy dura para los trabajadores, los sindicatos acaben por perder el poco prestigio que les queda. En esta negociación se juegan algo más que un nuevo mercado laboral en España, se juegan su propia existencia. Los grandes sindicatos tienen que plantearse la estrategia comunicativa que van a seguir. Si siguen apuntándose a las batallas pírricas en forma de huelgas escasamente secundadas, criticando al gobierno pero bajito para que no les acusen de colaborar con el advenimiento de ese monstruo de siete cabezas que es la derecha, es decir, si siguen haciendo más política partidaria que defensa responsable de la clase trabajadora sólo cabe augurar negros nubarrones en su ya de por sí gris cielo.