
Ayer tuve la oportunidad de escuchar el corte de un programa de radio en el que dos especialistas en comunicación política (Jordi Rodríguez Virgili y Antonio Gutiérrez-Rubi) hablaban de la utilización de “la normalidad” como elemento retórico o comunicativo en política. Los comentarios empezaron por las primarias de Madrid en la que tanto Trini como Tomás Gómez se han dado a una batalla “por la normalidad” desatada por este último. En este caso Gómez hablaba de normalidad intentando mostrarse como un candidato popular (léase “del pueblo” no se me malinterprete) frente al “oficialismo” o al apoyo de la oligarquía del partido como carta de presentación de Trini.
La normalidad parece, por lo tanto, un valor en política. Está claro que en una sociedad democrática, la igualdad es un valor y, sobre todo, un valor comunicativo de primera magnitud. El candidato o candidata en cuestión trata de asemejarse lo máximo posible a sus votantes, según el principio de identificación, que trajo a colación Rodríguez Virgili en el citado corte.
Pero, este principio de identificación de reivindicación de la “normalidad” en política ¿es patrimonio de la derecha o de la izquierda? No creo que se pueda hablar en estos términos sino que se trata, más bien, de un “trascendental” de la comunicación política, es decir, de un elemento apadrinado por ambas partes. Si aquí se ha mencionado los casos de las primarias madrileñas, y se podría mencionar lo que es una de las grandes armas retóricas de Obama, bien se podría hacer lo mismo señalando el “common people” de David Cameron.
Por supuesto, la búsqueda de “normalidad” tienen un componente ficticio precisamente porque forma parte de una estrategia comunicativa en la que lo simbólico prima sobre lo habitual, en el que la voluntad de transmitir una idea o una imagen a través de un gesto es un resultado buscado. Por eso hay quien ataca ahora al Tea Party en el que Palin llevó hasta el extremo este principio de identificación y afirmó como principal cualidad de Scout Brown el ser “simplemente un hombre con una camioneta”. Mientras desde la derecha americana se intenta evocar el sueño americano y la separación de la clase política, es decir la normalidad, la izquierda aplica los calificativos de provincianismo, cateto y de escasa preparación.
La identificación y la reivindicación de la normalidad tienen sus riesgos, eso está claro, y, desde mi punto de vista, son una prueba de inmadurez social en la que el resentimiento o la devaluación de la clase política juega un papel fundamental y que tienen gran componente demagógico. ¿Puede ser una sociedad democrática madura si un valor comunicativo central es el populismo “nomarlitario”? Ya no hay que ser buen político, buen jurista, buen economista sino que se trata de ser un “buen tipo normal”. Espero que esto no juegue en mi contra, en contra de una persona que “simplemente teclea en un ordenador”.